Mientras hacia gala de mis inexistentes cualidades de bailarina de ballet, mi acompañante preguntó cuantas horas desperdicio en el gimnasio.
Antes dos diarias, desde que me volví más agorafóbica sólo una, principalmente enfocada al ejercicio cardiovascular.
Me observó con intriga mientras me comentaba que eso debía doler, yo aclaré que solo la primer semana había tenido malestar intolerable.
Después de preguntarme los detalles de mi rutina, se rió y me denominó la máxima expresión del masoquismo.
Le pregunté si nunca había hecho eso ante la exageración de sus comentarios, él se limitó a decir que sólo en el tiempo pasado, cuando se odiaba a si mismo, ja.
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